miércoles, 13 de octubre de 2010

La silla de Demeter

Se dice, aunque nadie lo haya sabido con certeza, que durante los misterios, después de un larguísimo peregrinar, los iniciados se sentaban en el mismo lugar de la Diosa. Era un asiento de piedra, ¿o de madera? Y que de pronto, después de la angustia, eran Ella, la misma Demeter. Habían tomado, dicen, cierta bebida de cebada que maduraba en unos cántaros sagrados durante las ceremonias secretas, entraban lentamente en un estado alucinado y los poseía un dolor intenso, era la Diosa llorando la perdida de su hija Perséfone a manos  del oscuro Hades que  emergió de las entrañas de la tierra para llevársela. Lo sentían en todos los órganos del cuerpo, corriendo por la sangre  y por el alma con la intensidad de un dolor divino.

Al paso de los siglos Démeter vuelve. Mujeres de fuego la sienten en el alma. Han perdido a sus hijos, a sus hijas. Y claman. No callan jamás. Su llanto es perenne. Ahí estan al paso de los gobernantes, los miran a la cara, de frente. Los lirios se secan a su paso. No habrá cosecha hasta que ellos vuelvan. Nuestras hijas, nuestros hijos.

Y dicen, aunque no se sabe de cierto, puesto que es un misterio, que aquellos gobernantes que llevan fantasmas en el alma no encuentran reposo, equilibrio, ni paz y sueñan cada noche que bajo los efectos de una extraña bebida hecha de cebada ocupan la silla de la Diosa y sienten todo su dolor.

                                                                                

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